Mayo 31

Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. 1 P. 4: 7.

No le conviene a los cristianos llevar una vida despreocupada y viciosa, con la cual se desmoralizan a sí mismos. Tienen que hacer algo más noble. Han de ocuparse de la palabra de Dios, de donde obtienen la nueva vida, y con la cual se preservan. Como han nacido de nuevo, tienen enemigos para combatir. Mientras vivan en este mundo, deben combatir al diablo y a su propia sangre. Por eso, no deben dejarse estar y menos aún, deben inclinarse a los vicios carnales, a las borracheras, a la indiferencia, ni ser negligentes con sus obligaciones. Mas bien, necesitan ser sobrios y velar, siempre listos, con la Palabra y la oración. Estas son las dos armas con las cuales se vence al diablo, y que lo atemorizan. Los cristianos necesitan esas dos armas para que sus corazones permanezcan con Dios, sean fieles a su Palabra y, continuamente, sean hallados en oración. Los cristianos deberán ser diligentes en oír, aprender y practicar la palabra de Dios, para recibir luego instrucción, consuelo y fortaleza. Necesitan ser sinceros en sus peticiones y clamar a Dios por ayuda, cuando aparecen las tentaciones y los conflictos. Una, o la otra de estas armas, debe estar siempre activa, y efectuar una perpetua relación entre Dios y las personas, sea Dios hablándonos, en tanto oímos, o Dios escuchando mientras le oramos. El cristiano debe aprender de las tentaciones y de los problemas que el diablo, el mundo y su propia carne le presentan constantemente; debe estar siempre en guardia y velar para saber por dónde atacará el enemigo, porque éste jamás duerme, ni siquiera un momento.

Por eso Pedro anima al cristiano a mantenerse alerta y dentro de la moderación y la sobriedad. No ha de dañar su cuerpo con comida y bebida excesivas. Quien no cuida el llevar a cabo las obligaciones de su cargo o estado de vida con temperancia y sobriedad, es incapaz de orar o realizar cualquier servicio cristiano; está incapacitado para todo servicio.

Mayo 30

Bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, e del Espíritu Santo. Mt. 28: 19b.

Tenemos suficiente información acerca de la Santa Trinidad y de todo lo que es necesario para la instrucción del cristiano común en las Sagradas Escrituras y en el Credo. Para que el cristiano simple reconozca que sólo hay una esencia divina y un Dios en tres personas, se asigna a cada persona una obra especial y peculiar. Al Padre, la obra de la creación; al Hijo, la obra de la redención; al Espíritu Santo, la obra de perdonar los peca dos, alegrar, fortalecer y llevar de la muerte a la vida eterna. La idea no es de que el Padre sólo hizo la creación, el Hijo la redención y el Espíritu Santo la santificación. La creación y la preservación del universo, la expiación por el pecado y su perdón, la resurrección de los muertos y la dádiva de la vida eterna, son todas operaciones de la una y divina majestad como tal. El Padre, sin embargo, está especialmente enfatizado en la obra de la creación que, originalmente, procede de él como la primera persona; el Hijo lo está en la redención, que ha cumplido en su propia persona; y el Espíritu Santo en la obra especial de la santificación, que es tanto su misión como su revelación. Tal distinción se hace con el propósito de dar al cristiano la seguridad de que hay un sólo Dios pero en tres personas, que son una misma esencia divina; verdad ésta que los santos padres han tomado fehacientemente de las Escrituras de Moisés, de los profetas y de los apóstoles, y que han mantenido aun en contra de todas las herejías.

Esta fe continúa en nosotros por herencia y, por su poder, Dios la ha mantenido en su Iglesia hasta el presente, en contra de sectas y adversarios. Por lo tanto, debemos apoyarnos en ella, en su simplicidad, y no pretender sobreponer nuestra razón a ella. Tales artículos de fe son, realmente, un tropezadero para la razón. Pablo llama una locura al evangelio por el cual Dios salva a las almas que no dependen de su propia sabiduría sino que creen en esta Palabra. Aquéllos que quieran hacerle caso a la razón en lo que tratan estos artículos, y rechazan la Palabra, serán destrozados y perdidos en su propia sabiduría.

Mayo 29

Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar. 1 P. 5: 8.

Desde que hemos sido invitados a combatir a este espíritu poderoso, que está más interesado en adquirir tu alma que un lobo a una oveja, es esencial que tengamos una idea clara de cómo resistirlo. La resistencia es efectiva solamente por la fe y la oración. Pero, la sobriedad y la vigilancia son necesarias para permitirnos orar. Con borracheras y licencias, la razón es destronada e incapaz de pensar con claridad, o realizar una buena obra. Así se borra la habilidad para orar e implorar a Dios, y el diablo los vence y devora a su gusto. Tengamos presente la diligencia en orar que caracterizó a los cristianos de la Iglesia primitiva, aun cuando tuvieron que soportar grandes persecuciones. Estaban más que dispuestos para reunirse diariamente a orar, no sólo de mañana y de tarde sino que también a otras horas del día; con frecuencia, velaban y oraban noches enteras. Su hábito de la devoción matutina, vespertina y en todo momento, es recomendable. Al terminar estas prácticas en la congregación, les sucedieron las órdenes monásticas, que pretendieron hacer las oraciones por otros. Todavía retenemos, de las costumbres antiguas, la observancia de la oración matutina y vespertina para los niños, en las escuelas, pero la misma debería observarse en cada familia cristiana. Cada padre tiene la obligación de enseñar a sus hijos la oración, por lo menos al comenzar y al terminar el día, encomendando a Dios cada exigencia de la vida terrena, y que la ira de Dios sea apartada y el castigo pasado por alto. Bajo tales condiciones debemos ser instruidos, y no necesitamos estar sujetos a opresiones intolerables y prohibiciones, como comer, beber, vestir, etc. Pero, debemos ser moderados en estas cosas, y no perder la vergüenza y las buenas costumbres. La borrachera es una vergüenza y un pecado para cualquiera, aunque no existieran ni Dios ni los mandamientos; por lo tanto, menos aún puede ser tolerada entre los cristianos. Nuestra característica debería ser una nobleza tal como para no dar oportunidad de ofensa sobre nuestra conducta, para que el nombre de Dios no sea difamado sino glorificado.

Mayo 28

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Hch. 2: 1.

Cuando Dios estaba por sacar a los hijos de Israel, de Egipto, les permitió que celebrasen la fiesta de la Pascua en la noche de su partida, y les ordenó hacer de ello una memoria anual para con- memorar su liberación de la esclavitud de Egipto. Cincuenta días más tarde, en su camino a través del desierto, arribaron al monte Sinaí y allí Dios les dio, a través de Moisés, la ley; y también ordenó que esto se conmemorara en el día cincuenta después de la fiesta de Pascua. De ahí su nombre, fiesta de Pentecostés; la palabra pentecostés viene del griego pentecoste, o día número cincuenta. Y así, el día de pentecostés, cuando los judíos estaban conmemorando la dádiva de la ley de Dios sobre el monte Sinaí, vino el Espíritu Santo, de acuerdo a la promesa de Cristo, y les dio una nueva ley. Ahora celebramos esta fiesta no por el evento antiguo, sino por el nuevo: el envío del Espíritu Santo.

Para los judíos, la ocasión era la dádiva de la ley escrita, y para nosotros, es celebrar la dádiva de la ley espiritual. Esta es la ley escrita, mandada por Dios y compuesta de palabras escritas. Se llama escrita o literal porque no va más allá ni entra en el corazón. Con los corazones muertos, los hombres no pueden observar con sinceridad los mandamientos de Dios. Si cada individuo pudiera elegir a su placer, seguro que ninguno elegiría ser controlado por la ley. Mientras la ley consista sólo en palabras escritas, no podrá justificar a nadie.

La ley espiritual no fue escrita ni con pluma ni con tinta, ni fue anunciada, como la de Moisés, al ser leída de las tablas de piedra. Aprendemos que el Espíritu Santo descendió del cielo y llenó a todos los allí reunidos, y apareció sobre cada uno como lengua de fuego, y comenzaron a predicar de tal forma que todos se maravillaron. El Espíritu fue derramado en sus corazones, convirtiéndolos en seres diferentes, haciendo de ellos criaturas que amaron y, voluntariamente, obedecieron a Dios. Este cambio fue, simplemente, la manifestación del Espíritu mismo. Esta es su obra en el corazón del hombre.

Mayo 27

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad. Jn 16: 13.

Cuando venga el Espíritu Santo iluminará sus corazones para que entiendan la verdad, y les recordará todas las cosas. Pero nuestros doctores y estudiosos han hecho uso de estas palabras de una manera frívola, diciendo que es necesario tener algo más que las Escrituras, que también se debe oír lo que decretan los concilios y las autoridades eclesiásticas. Se animan a probarlo de esta manera: Como Cristo dice que no les ha dicho todas las cosas, por eso los concilios, los papas y los obispos nos deben guiar. Pero fíjate en estos estúpidos y en lo que dicen. ¿A quién está hablando Cristo? Sin duda, a los apóstoles. Por eso, si Cristo no miente, su palabra tuvo que haberse cumplido en el tiempo de la venida del Espíritu Santo. El Espíritu Santo debe haber dicho a los apóstoles todas las cosas y debe haber cumplido con todo aquello a lo que se refiere el Señor y, por supuesto, debe haberlos guiado con toda la verdad. Cristo da a entender aquí que pronto el Espíritu Santo les dirá y explicará todas las cosas; después los apóstoles tendrán que llevar lo que conocen para que, a través de ellos, el mundo también conozca lo que ellos aprendieron del Espíritu Santo. Pero, de acuerdo a los concilios y papas, esto depende de lo que ellos digan, enseñen y ordenen, incluso hasta el mismo fin del mundo.

Si aquello que enseñan los concilios es la verdad, y uno debe llevar la tonsura y la gorra, y vivir una vida en celibato, entonces los apóstoles jamás llegaron a la verdad porque, ninguno de ellos entró jamás en un claustro ni guardó ninguna de estas tontas leyes. En realidad, Cristo debe habernos tenido en cuenta también a nosotros cuando dijo que el Espíritu Santo os guiará a toda la verdad, cuando lo que desea enseñarnos es cómo hemos de ser sacerdotes y monjes y no comer carne en ciertos días y semejantes cosas tontas. Escuchar esto es exasperante y debe atribular nuestros corazones al ver cuán vergonzosamente la gente actúa en contra de la preciosa palabra de Dios y ponen como mentiroso al Espíritu Santo. ¿No es, acaso, este pasaje lo suficientemente poderoso, aunque no tuviéramos otro en las Escrituras?

Mayo 26

No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. Jn. 14: 1.

Me doy cuenta, dice Jesús, que mi partida (de la que habla en el capítulo anterior) les pone tristes y causa ansiedad. Pero no hay motivo para temer, yo vendré otra vez. Antes de ese tiempo, sin embargo, verán que me sucederán muchas cosas por las cuales se turbarán. Me crucificarán y darán un trato miserable. Pero no se turben por ello, pronto habrá un cambio para bien. Esta es la voluntad del Padre.

Aquí tú puedes ver con cuánto afecto y amabilidad trata el Señor a sus amados discípulos. No los deja sin consuelo, aun cuando será separado de ellos esa misma noche y los dejará en gran peligro, temor y miedo. El primer infortunio experimentado en la tribulación es que no sólo afecta al cuerpo sino que también el corazón se alarma. Puesto que es imposible cambiar la carne y la sangre, el Señor se preocupa especialmente para que, en sus discípulos, el corazón sea libre y confiado. Aquél que en tiempos de problemas tiene una buena conciencia y un corazón gozoso, ha ganado más de la mitad de la batalla ante sus dificultades. En relación a ello, Cristo dice: Tengan cuidado si estos sufrimientos están en su cuerpo, no permitan que también afecten sus sentimientos.

Como cristianos, diría él, no son como aquéllos que no conocen la palabra de Dios y que no creen. A ustedes les afecta mucho mi muerte pero, lo que creen del Padre también crean de mí. Nadie de ustedes teme que Dios, el Padre, muera, o sea derribado de su trono. ¿Por qué entonces lo temen de mi? Dejen que la muerte, el mundo y el diablo sean tan malos como les plazca. No podrán contra mí. Porque yo soy Dios. Crean esto y sus corazones serán satisfechos, y hasta encontrarán consuelo en mi muerte. Porque yo venceré a la muerte, y esto será para su beneficio. En el presente, aquí sobre la tierra, soy considerado un pobre, miserable y débil hombre; pero después de mi resurrección y mi ascensión, tendré a todos los hombres bajo mis pies. Pero así como los discípulos no pudieron entender este consuelo, tampoco lo entendemos nosotros cuando nos atacan las tribulaciones. Inmediatamente, nos llenamos de miedo, de impaciencia y de desesperación, nadie nos puede convencer de que nuestra tristeza se tornará en gozo.

Mayo 25

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviar; en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Jn. 14: 26.

Fíjate bien en este texto cómo Cristo liga al Espíritu Santo con su Palabra y le fija un limite y medida, de manera que el Espíritu no puede ir más allá de lo que su Palabra le permite. El os hará acordar de todo lo que yo os he dicho, y lo publicará en adelante por ustedes. Con ello, Cristo muestra que en el futuro sólo se debe enseñar aquello que los apóstoles han oído de Cristo, pero que no lo han entendido hasta que el Espíritu Santo se los reveló. De esta forma, la enseñanza siempre procede de la boca de Cristo y se trasmite de boca en boca, pero siempre es la misma Palabra. El Espíritu sólo es el maestro que enseña estas cosas y las trae a la memoria.

Aquí también se muestra que la Palabra antecede al Espíritu, esto es, que la Palabra se debe predicar primero y luego vendrá el Espíritu a echar luz sobre ella y a actuar por ella. No podemos tergiversar este orden y soñar con la obra de un Espíritu sin la Palabra o antes de la Palabra. El Espíritu viene con y por la Palabra y no va más allá de lo que ella establece. El ejemplo de los apóstoles muestra también cómo Cristo gobierna a su Iglesia. El Espíritu no vive en ellos tan pronto como han oído la Palabra, ni viene a ellos con tanto poder que entiendan todo a la perfección. Nosotros escuchamos la palabra de Dios, que en realidad, es la predicación del Espíritu Santo, que siempre está presente, junto con ella, pero no siempre llega al corazón o es aceptada por fe; aun en aquéllos movidos por el Espíritu Santo, que reciben contentos la Palabra, no siempre producirá inmediatamente sus frutos. Es necesario que llegue a este punto: ante la necesidad y el peligro buscamos ayuda y consuelo; entonces, el Espíritu Santo puede cumplir su oficio de enseñar al corazón y traer a la memoria la Palabra oída.

Mayo 24

¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? 1 Co. 3: 16.

¡Qué huésped más glorioso, noble y lleno de amor recibe el hombre: a Dios el Padre, al Hijo y con ellos, al Espíritu Santo! Esto es, ciertamente, una promesa sublime, hermosa y la más preciosa dada a nosotros, los pecadores, que a través de ello tomamos parte de la naturaleza divina y se nos honra de tal manera que, no sólo somos amados por Dios en Cristo, sino que el Señor mismo desea hacer morada en nosotros.

¿Dónde más podría morar Dios? Aquellos santos que se califican como excelentes en su prédica externa, demasiado orgullosos, grandes y sabios, sobrepasan al cielo, de modo que no pueden ser la habitación de Dios en la tierra, aun cuando se jacten de ser la única Iglesia y pueblo de Dios. Pero, aunque aparezcan con toda su pompa, su gloria y sus ornamentos de santidad, Dios no les hace el honor de tomarlos en cuenta. Dios se encuentra entre los humildes de corazón, entre los pobres de espíritu que creen en su Palabra y gozan por ser cristianos, pero que también sienten que no son dignos de ninguna de las misericordias. Ellos son el templo del Espíritu Santo.

Esto se realiza de esta forma: además de la gracia por la cual un hombre llega a la fe en la Palabra, Dios gobierna también en el hombre por su poder divino, para que crezcamos más y más en la sabiduría y el entendimiento espiritual, y nos capacitemos, día a día, para comprender cada vez mejor la doctrina y la práctica.

Progresa a diario en la vida y en las buenas obras, convirtiéndote en un ser humano amable, gentil, paciente, dispuesto a servir a todos con doctrina, consejo, consuelo y dones. Es útil a Dios y a los demás; por medio suyo, personas y países se benefician. En breve, es una persona a través de la cual Dios habla, vive y obra. Su lengua es la de Dios, su mano es la de Dios y su palabra es la palabra de Dios. Su doctrina y confesión, como cristiano, no son humanas sino de Cristo, cuya Palabra tiene y sostiene.

Mayo 23

Y vendremos a él, y haremos morada con él. Jn. 14: 23

¡Qué burla debe haber sido para los santos judíos, sacerdotes y fariseos escuchar las palabras de Dios de que sólo quería hacer su habitación en aquéllos que oían las palabras de Cristo, esos tímidos y pobres discípulos! Como si Dios no pudiera tener una mejor y más gloriosa habitación, más de acuerdo a su majestad, en los santos y en las personas superiores, que son la gloria y la luz, o entre los eminentes del pueblo de Dios en la santa ciudad de Jerusalén. AI templo glorioso y al culto, ¿acaso la Escritura no los llama la Santa Ciudad y el lugar de la morada de Dios, el lugar elegido donde descansará eternamente? De esto se jactaban, y clamaban que su reino, su sacerdocio y su culto jamás desaparecerían.

Pero aquí Cristo ignora todo esto, como si le fuera totalmente indiferente, al decir que su habitación y la del Padre están allí donde se encuentre un cristiano que guarde su Palabra. De esta forma, descarta la habitación del judaísmo y del templo de Jerusalén, y construye una nueva, santa y gloriosa Iglesia y casa de Dios, que no es ni Jerusalén ni el judaísmo sino que está dinpersa por todo el mundo, sin distinción de persona, lugar o costumbre, judíos, gentiles, sacerdotes o legos; eso no interesa. Esta casa de Dios no es hecha de piedra o madera ni por la mano del hombre sino que es creada por Dios mismo, es decir, un pueblo que ama a Cristo y guarda su Palabra. Cristo liga la Iglesia a su Palabra, y hace la distinción por la cual debe ser medida la enseñanza, la predicación y la conducta. Tú tienes la garantía de que Dios habita, habla y actúa a través de la Iglesia.

Observa ahora cuán digna es aquella persona que es considerada cristiana, o como dice Cristo, que guarda su Palabra. Es un homre maravilloso sobre la tierra, y tiene más valor ante los ojos de Dios que el cielo y la misma tierra; es luz y Salvador del mundo, en el cual es todo sobre todo y en Dios, es capaz de hacer todas las cosas. Pero para el mundo, permanece oculto y desconocido.

Mayo 22

No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Jn. 14: 18.

Vemos a tantos corazones piadosos que siempre están tristes y agobiados, atormentándose y alarmándose con sus propias ideas, y al borde la desesperación por las tentaciones del diablo. El mundo y nuestra propia carne se preguntan en qué lugar, bajo estas circunstancias, ven los cristianos al Espíritu Santo, a quien tanto anuncian. Aquí, un cristiano debe ser sabio y no juzgar de acuerdo a sus propias ideas y sentimientos; debe atenerse a la palabra y al consuelo de la predicación que da el Espíritu Santo a todos los corazones y conciencias. Dios no desea que estés triste y alarmado sino que tengas gozo y consuelo en las certeras promesas de su gracia, aquéllas que te ofrece el Espíritu Santo.

Cristo nos asegura estas promesas y consuelo en sus palabras: No os dejaré huérfanos. Por medio de estas palabras, Cristo quiere consolar a la Iglesia. Realmente, ante los ojos del mundo y hasta en nuestra propia estimación, no tiene la apariencia de una próspera y bien ordenada organización; mas bien parece un grupo de pobres y abandonados huérfanos, sin dirección, sin protección y sin ayuda sobre la tierra. Miseria y miedo sobreviven bajo la influencia del poder del diablo, cuando ataca al corazón con su amargura, su veneno y su incredulidad. Entonces, el corazón siente que no sólo es olvidado por los hombres sino también por Dios. Así, es fácil perder a Cristo y no ver el final de su propia miseria. Así como Cristo previno a los cristianos de los sufrimientos, también desea darles consuelo y reconfortarlos por adelantado; enseñarles a no desesperar a causa de los sufrimientos sino a atenerse a su Palabra, aun cuando perezca que la ayuda se está haciendo esperar demasiado. El nos recuerda la promesa de que no nos dejará huérfanos, ni en la miseria, sino que vendrá a nosotros; desea que nos acordemos de él y le demos el más alto honor que le debemos a Dios, al tenerlo como verdadero y fiel.