Mas el fin de todas las cosas se acerca; sed, pues, sobrios, y velad en oración. 1 P. 4: 7.
No le conviene a los cristianos llevar una vida despreocupada y viciosa, con la cual se desmoralizan a sí mismos. Tienen que hacer algo más noble. Han de ocuparse de la palabra de Dios, de donde obtienen la nueva vida, y con la cual se preservan. Como han nacido de nuevo, tienen enemigos para combatir. Mientras vivan en este mundo, deben combatir al diablo y a su propia sangre. Por eso, no deben dejarse estar y menos aún, deben inclinarse a los vicios carnales, a las borracheras, a la indiferencia, ni ser negligentes con sus obligaciones. Mas bien, necesitan ser sobrios y velar, siempre listos, con la Palabra y la oración. Estas son las dos armas con las cuales se vence al diablo, y que lo atemorizan. Los cristianos necesitan esas dos armas para que sus corazones permanezcan con Dios, sean fieles a su Palabra y, continuamente, sean hallados en oración. Los cristianos deberán ser diligentes en oír, aprender y practicar la palabra de Dios, para recibir luego instrucción, consuelo y fortaleza. Necesitan ser sinceros en sus peticiones y clamar a Dios por ayuda, cuando aparecen las tentaciones y los conflictos. Una, o la otra de estas armas, debe estar siempre activa, y efectuar una perpetua relación entre Dios y las personas, sea Dios hablándonos, en tanto oímos, o Dios escuchando mientras le oramos. El cristiano debe aprender de las tentaciones y de los problemas que el diablo, el mundo y su propia carne le presentan constantemente; debe estar siempre en guardia y velar para saber por dónde atacará el enemigo, porque éste jamás duerme, ni siquiera un momento.
Por eso Pedro anima al cristiano a mantenerse alerta y dentro de la moderación y la sobriedad. No ha de dañar su cuerpo con comida y bebida excesivas. Quien no cuida el llevar a cabo las obligaciones de su cargo o estado de vida con temperancia y sobriedad, es incapaz de orar o realizar cualquier servicio cristiano; está incapacitado para todo servicio.