Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Jn. 15: 26.
Muchas veces hemos oído decir que el evangelio proclama que ningún hombre puede ser justo por medio de la ley; que Dios ha enviado a su amado Hijo a derramar su sangre y a morir puesto que los hombres no pueden, por su propio poder y obras, cancelar sus pecados y justificarse de ellos. Pero, aunque oiga esta predicación, en un principio no la creo. Entonces, Dios agrega a su Espíritu Santo, que predica sobre el corazón como para que permanezca allí y viva. Es algo muy cierto el hecho de que Cristo cumplió con todo: quitó el pecado y venció a todos los enemigos de modo tal que en él somos señores sobre todas las cosas. Pero, ese tesoro que consiguió está dentro de un estuche y aún no se distribuyó. El Espíritu Santo debe venir y enseñar a creer a nuestros corazones. Si sentimos que Dios nos ayudó así, y nos ha dado este tesoro, entonces todo está en orden y el corazón humano se regocija en Dios. Cuando el Espíritu Santo ha impreso en nuestros corazones cuán gentil y lleno de gracia hacia nosotros es Dios, entonces podemos creer que Dios no puede estar enojado y el corazón humano se alegra tanto a causa de Dios que logra realizar, y hasta soportar todas las cosas impuestas a él.
De esta forma el Espíritu te trata a ti. Sabes con qué propósito es dado y cuál es su oficio específico: darte este tesoro, Cristo y todo lo que tiene el Espíritu Santo lo pondrá en tu corazón para que sea de tu propiedad. En todo esto debemos ejercitar nuestros sentidos y entendimiento, y que el ser humano que ha recibido al Espíritu Santo todavía no es perfecto, ni insensible a los pecados, ni puro en todos sus aspectos. Nosotros no predicamos que el Espíritu Santo haya completado y terminado su obra sino que, tan sólo la ha comenzado y la está continuando. En consecuencia, no encontrarás ningún ser humano que viva sin pecado, lleno de justicia y de gozo y que se dedique de lleno a su prójimo. La Escritura nos dice que el oficio del Espíritu Santo es redimirnos de los pecados pero no nos dice que esto ya se ha cumplido. El cristiano, de tanto en tanto, siente sus pecados y el terror a la muerte; pero sabe que tiene a alguien que lo va a ayudar, el Espíritu Santo, que lo consuela y fortalece.