Mayo 25

Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviar; en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que yo os he dicho. Jn. 14: 26.

Fíjate bien en este texto cómo Cristo liga al Espíritu Santo con su Palabra y le fija un limite y medida, de manera que el Espíritu no puede ir más allá de lo que su Palabra le permite. El os hará acordar de todo lo que yo os he dicho, y lo publicará en adelante por ustedes. Con ello, Cristo muestra que en el futuro sólo se debe enseñar aquello que los apóstoles han oído de Cristo, pero que no lo han entendido hasta que el Espíritu Santo se los reveló. De esta forma, la enseñanza siempre procede de la boca de Cristo y se trasmite de boca en boca, pero siempre es la misma Palabra. El Espíritu sólo es el maestro que enseña estas cosas y las trae a la memoria.

Aquí también se muestra que la Palabra antecede al Espíritu, esto es, que la Palabra se debe predicar primero y luego vendrá el Espíritu a echar luz sobre ella y a actuar por ella. No podemos tergiversar este orden y soñar con la obra de un Espíritu sin la Palabra o antes de la Palabra. El Espíritu viene con y por la Palabra y no va más allá de lo que ella establece. El ejemplo de los apóstoles muestra también cómo Cristo gobierna a su Iglesia. El Espíritu no vive en ellos tan pronto como han oído la Palabra, ni viene a ellos con tanto poder que entiendan todo a la perfección. Nosotros escuchamos la palabra de Dios, que en realidad, es la predicación del Espíritu Santo, que siempre está presente, junto con ella, pero no siempre llega al corazón o es aceptada por fe; aun en aquéllos movidos por el Espíritu Santo, que reciben contentos la Palabra, no siempre producirá inmediatamente sus frutos. Es necesario que llegue a este punto: ante la necesidad y el peligro buscamos ayuda y consuelo; entonces, el Espíritu Santo puede cumplir su oficio de enseñar al corazón y traer a la memoria la Palabra oída.

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